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Del Prefacio del Tratado sobre Fuego Cósmico

Este “Tratado sobre Fuego Cósmico” persigue cinco objetivos: Primero, ofrecer un delineamiento sintético y esquemático de cosmología, filosofía y sicología, que quizás pueda ser utilizado durante una generación como libro de texto y de referencias y también como base para un estudio más detallado a erigirse en el futuro, a medida que vaya afluyendo la gran oleada de enseñanza respecto a la evolución.

Segundo, expresar lo subjetivo en términos comprensibles, y señalar el nuevo paso hacia la comprensión de la verdadera sicología. Elucidar la relación que existe entre Espíritu y materia, la cual se manifiesta como conciencia. Se observará que este tratado se ocupa más del aspecto mente, de la conciencia y de la sicología superior que de la materia, tal como se la conoce en el plano físico. Es muy peligroso proporcionar información acerca de las diversas energías de la materia atómica, pues la raza es aún demasiado egoísta para confiarle tales poderes. El hombre, gracias a la competente labor de los científicos, va rápidamente descubriendo el conocimiento necesario. Se hallará que este libro da trascendencia a las fuerzas responsables de la manifestación objetiva de un Logos solar y del hombre. Sólo en la primera parte se dan indicaciones respecto a la naturaleza de esas energías estrictamente confinadas al plano físico.

Tercero, evidenciar el coherente desarrollo de todo lo que existe en un sistema solar; demostrar que todo cuanto existe evoluciona (desde la forma de vida más inferior, en el punto más denso de concreción hasta la más elevada y sutil manifestación) y que las formas sólo son expresión de una maravillosa y divina Existencia. Esta expresión tiene origen en la fusión de dos aspectos divinos, mediante la influencia de un tercero, lo cual produce la manifestación que llamamos forma, iniciando su ciclo evolutivo en tiempo y espacio. De esta manera la forma llega a tal punto que constituye un medio adecuado para que se manifieste la naturaleza

de lo que llamamos Dios.

Cuarto, dar información práctica acerca de los puntos focales de energía que se encuentran en el cuerpo etérico del Logos solar, el macrocosmos, y del hombre, el microcosmos.

A medida que se comprenda el sustrato etérico, la verdadera sustancia que subyace en toda forma tangible, se producirán grandes revoluciones en los dominios de la ciencia, la medicina y la química. Por ejemplo, el estudio de la medicina se iniciará, con el tiempo, desde un nuevo ángulo y se practicará basándose en la comprensión de las leyes de irradiación, de las corrientes magnéticas, de los centros de fuerza que se hallan en el cuerpo humano, y su relación con los centros y corrientes de fuerza del sistema solar.

Quinto, dar alguna información, no impartida hasta ahora exotéricamente, acerca del lugar que ocupan y el trabajo que realizan las miríadas de vidas sensorias, que constituyen la esencia de la objetividad; indicar la naturaleza de esas Jerarquías de Existencias, que crean con su propia sustancia, todo lo que se ve y se conoce, las cuales constituyen el Fuego que produce calor, calidez, vida y movimiento en el universo. Así se ocupará de la acción del Fuego sobre el Agua, del Calor sobre la Materia (considerada macrocósmica o microcósmicamente), lo cual proyectará alguna luz sobre la Ley de Causa y Efecto (o Ley del Karma) y el significado que tiene el sistema solar.

Resumiendo, la enseñanza de este libro deberá traer como resultado una expansión de conciencia y el reconocimiento de que la interpretación de los procesos naturales, formulada por las Mentes maestras de todas las épocas, es adecuada y constituye una base práctica, tanto para la ciencia como para la religión. Ello tenderá a producir una reacción en pro de una filosofía que vincule el Espíritu y la materia y exprese la unidad esencial de las ideas científicas y religiosas. Ambas están hoy algo divorciadas, y sólo ahora comenzamos a tantear nuestro camino intelectual que nos sacará de las profundidades de la interpretación materialista. Sin embargo, debe recordarse que bajo la Ley de Acción y Reacción, el extenso período de ideas materialistas ha sido necesario para la humanidad, porque el misticismo de la Edad Media nos había llevado demasiado lejos en la dirección opuesta. Ahora tendemos a adoptar un punto de vista más equilibrado, y se espera que el contenido de este tratado forme parte del proceso mediante el cual se alcance el equilibrio. A quien lo estudie se le pide tener presente que:

a. Al desarrollar los temas nos ocupamos de la esencia de lo objetivo, del aspecto subjetivo de la manifestación y de la fuerza y la energía. Resulta casi imposible reducir tales conceptos a fórmulas concretas y expresarlas de tal modo que el hombre común pueda captarlas con facilidad.

b. Al emplear palabras y frases, en términos modernos, lógicamente se restringe y limita el tema y gran parte de la verdad se pierde.

c. El contenido de este trabajo se ofrece sin dogmatismos, como contribución al cúmulo de ideas relativas a los orígenes de los mundos y como una adición a los datos ya acumulados respecto a loa naturaleza del hombre. La mejor solución que los hombres pueden ofrecer para resolver el problema mundial debe forzosamente asumir un doble aspecto. Tal solución se demostrará por medio de una vida de servicio activo, que tienda al mejoramiento de las condiciones ambientales y mediante la formulación de algún esquema o plan cosmológico capaz de justificar, en lo posible, las condiciones tal como existen. Como el hombre basa su razonamiento en lo conocido y lo demostrado y deja intactas e inexplicadas aquellas causas firmemente arraigadas que presumiblemente generan lo visto y lo conocido, ninguna solución ha logrado ni logrará el objetivo.

d. Todo intento de formular en palabras verdaderamente comprensibles lo que ha de ser sentido y vivido, será indefectible y lamentablemente inadecuado. Todo cuanto se diga sólo será una parcial exposición de una gran Verdad velada, que se ofrece al lector y estudiante como simple hipótesis práctica y enunciación sugestiva. El estudiante de mente abierta y el hombre que nunca olvida que la Verdad se revela progresivamente, saben que la expresión más plena y posible de la verdad, en cualquier época, aparece luego como fragmento de un todo, y más tarde podrá ser reconocida como parte de una realidad; de manera que en sí misma es una distorsión de lo real.

Este tratado se ofrece con la esperanza de que sea útil para todos los buscadores que, con mente amplia, van detrás de la verdad, y de valor para quienes investigan la Fuente subjetiva de todo lo tangible y objetivo. Se aspira con él a presentar un plan razonablemente lógico de la evolución del sistema y a indicar al hombre la parte que debe desempeñar como unidad atómica de un grande e integral Todo. Este fragmento de La Doctrina Secreta se ofrece al mundo, a medida que gira la rueda evolutiva, sin pretensiones respecto a su fuente de origen, infalibilidad o detallada exactitud de sus afirmaciones.

Ningún libro adquiere valor por su dogmatismo o por las declaraciones respecto a la autoridad de su fuente de inspiración. Un libro triunfa o fracasa por su valor intrínseco, la utilidad de las sugerencias hechas y su poder para impulsar la vida espiritual e intensificar la captación intelectual del lector. Si este tratado contiene en sí, algo de la verdad y de la realidad, realizará inevitable e indefectiblemente su cometido; trasmitirá su mensaje y llegará los corazones y a las mentes de los buscadores en todas partes. Si no tiene valor ni se basa en la realidad, desaparecerá y perecerá, y es justo que así sea. Todo lo que se pide a quien lo estudie, es que lo considere con simpatía y esté dispuesto a reflexionar los puntos de vista expuestos con honradez y sinceridad de pensamiento, lo cual le ayudará a desarrollar la intuición, a formular la diagnosis espiritual y a aplicar la discriminación, que le permitirá rechazar lo falso y apreciar lo verdadero.

Las palabras del Buda son oportunas aquí, y constituyen el apropiado final de esta introducción.

El Señor Buda ha dicho:

que no hemos de creer en lo dicho, simplemente porque ha sido dicho; ni en las tradiciones, porque han sido trasmitidas desde la antigüedad; ni en los rumores como tales; ni en los escritos de los sabios, porque ellos lo han escrito; ni en las fantasías que sospechamos nos han sido inspiradas por un deva (es decir una supuesta inspiración espiritual); ni en las deducciones basadas en alguna suposición casual que hemos hecho; ni por lo que parece ser una necesidad analógica; ni por la mera autoridad de nuestros instructores o maestros, sino que hemos de creer cuando lo escrito, la doctrina o lo dicho, está corroborado por nuestra propia razón y conciencia. “Por eso” dice, “les he enseñado a no creer por el sólo hecho de haberlo oído decir; pero cuando crean con toda conciencia, entonces actúen de acuerdo a ello, con plenitud”.

La Doctrina Secreta, VI, 84.

Que esta sea la actitud que adopten quienes lean estos libros…” (AAB)